A doce días de marzo, esta mañana fría, de tamiz plomizo, el despertar te encoge y es entonces como ese mismo cielo se torna apacible y el viento transporta finísimos copos de nieve. Ha muerto Miguel Delibes. Fuera hay 0 grados. En una de las cornisas que están frente a nuestra ventana, se posa un alado amigo, Chiquitín. Este colirojo tizón, se acicala su plumaje colorido, como si supiera que le estamos mirando. Súbita ocupa su lugar una paloma gris, que expulsa a nuestro querido amigo, como apabullan los grandes a los chicos. No puedo evitar abrir la puerta y en acto vengativo, decido espantarla. Al poco, el remordimiento avisto.
0 grados, a lo sumo 1. Esta ciudad castellana, se ha quedado helada. Muda. Sus gentes pululan herméticas envueltas en sus ropajes abrigos. El viento choca con ellos y mueve sus cabellos y sus envueltas telas. Nadie habla con nadie, nadie mira a nadie. Este invierno, como suelen serlo, ha arrancado otro Olmo Viejo, que no podrá ver más la luz en sus ojos. Cuando un 'olmo' muere, al lado puede verse un ciprés ondulándose en el viento. El ciprés que guarda a los muertos y las pequeñas formas aladas vuelan sobre el horizonte yerto.
¡Ciudad, el campo está vacío! En silencio, envuelto en luto, como los días de caza. Campanas huecas resuenan graves a lo lejos. La tierra se resquebraja y el caminar descalzo deja las huellas de aquel niño. Tierra, polvo, lomas, lindes y laderas. Esta tierra que en mi puño, seca, muerta, hasta que el agua te vuelva reverdecer de primavera.
Flores de invierno, como los poemas yertos, cristalinos, sin perfume circundan coronas, condolencias y lamentos. Las palabras dolor y heridas, se depositan como frágiles notas de silencio. Las escritas, sentidas, ungüento de callado lamento, impregnan el papel recuerdo, lápidas palabras, sentimiento, afecto: un breve soneto.
La luz atraviesa nuestras vidas,
Maestro,
Adiós,
Querido.
2 comentarios:
Una enorme pérdida para todos. Mis condolencias a sus paisanos vallisoletanos. Grande Delibes. Hay sentimiento en este artículo que has escrito, amigo Miguel.
Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir... decía Delibes en su Mujer de rojo sobre fondo gris, como recuerdo de su ser querido. Nunca podré olvidar esa frase ni la última con que termina El Camino. Y hoy efectivamente el día se hace pesadumbre y nada es ligero, el cielo pesa y llora al fin. Despedirse de Delibes es para un vallisoletano doblemente difícil tarea. Se va el orgullo de esta tierra seca, de estos pueblos muertos y el ladrillo de adobe se queda sin poeta y sin padre.
Adiós, Miguel Delibes.
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